Cortos de 1911.

viernes, 25 de marzo de 2011

El hombre tren.



A POCO DE AVANZAR por las páginas del libro de Ben Ratliff sobre John Coltrane irrumpen las dificultades de poner en palabras el abstracto lenguaje de la música. No son pocas.

Los sustantivos son semicorcheas, notas pedales, tritonos; los adjetivos, impresiones vaporosas; las descripciones, relatos de experiencias auditivas, con o sin registro en viejas cintas de grabación. Hay que sumar el desarrollo de un género por fuera de las convenciones de la música occidental, con exploraciones personales ensambladas a una voluntad colectiva, y añadirle el carácter impar de la improvisación libre. Pese a estos problemas, el crítico del New York Times, Ben Ratliff, quiere contar la historia de la evolución del sonido de John Coltrane. La ambición parece riesgosa, sus logros son parciales y aún así, al cabo de desarmar y analizar todo lo que Coltrane reunió en el saxofón a lo largo de medio centenar de discos, consigue transmitir la importancia de su aventura para una porción de la humanidad que vivió en el jazz la épica de una conquista.

LA BREVE HISTORIA. Hijo de un sastre y una empleada doméstica, John Coltrane nació el 23 de setiembre de 1926 en Hamlet, Carolina del Norte, y murió de un cáncer al hígado a los cuarenta años, el 17 de julio de 1967. Su primer registro sonoro es una grabación clandestina de 1946, cuando tocó el saxo alto con una banda de la marina como artista invitado (los oficiales no permitían a los Melody Master tocar con músicos negros). Él era marinero de segunda clase, tocaba el saxo desde los catorce años, había estudiado música en una escuela de Filadelfia y el año anterior había quedado perplejo frente a una actuación de Charlie Parker y Dizzy Gillespie. La marca fundacional fue el solo de Parker: la idea de que un saxofonista podía improvisar sobre una base rítmica y explorar todas las ideas que quisiera.

A partir de entonces Coltrane comenzó a correr, como un tren, como Forrest Gump, primero integrado a distintas bandas, luego con su propio cuarteto, que se haría célebre, y finalmente con distintas formaciones que lo llevarían al discutido free jazz. Fue decisiva su integración a la banda de Gillespie, al quinteto de Miles Davis en su mejor momento, su trabajo con Thelonious Monk, pero por sobre todas las cosas, su concentración en el dominio del instrumento y en el vasto dominio de la música.

Comenzó a llamar la atención durante las giras con Miles Davis en 1955. Tenía un sonido seco, apremiante, de una amplitud, una velocidad y una energía abrumadoras. En las baladas y tiempos lentos, podía ser lírico con un volumen viril, capaz de comprimir estructuras complejas y avanzar por ellas hacia armonías nuevas. Pero lo que Ratliff registra de modo muy convincente, es que no sólo se trataba de un virtuoso talento. Era una estación en el camino de una búsqueda concentrada en las posibilidades del jazz. Nunca dejó de ejercitar y de estudiar. A fines de los cincuenta absorbía la música de Ravel, Stravinsky, Debussy, Hindemith. Después de ejecutar un solo durante media hora, era capaz de bajar del escenario mientras la banda continuaba el tema, encerrarse en el camarín y continuar tocando.

Obtuvo sus primeros éxitos con los discos Blue Train (1958) y Giant Steps (1959), pero el público y la crítica comenzaron a adorarlo cuando compuso su versión de My Favorite Things (1960), una de las canciones más populares de la película La novicia rebelde. El disco trazó un puente insólito desde el sentimentalismo del musical a las vigorosas escalas de su saxo alto y el contundente sonido de su cuarteto, con McCoy Tyner al piano, el bajista Steve Davis, y Elvin Jones en la batería.

Su figura en la escena del jazz era sólida como una roca, pero Coltrane no sabía detenerse. Continuó su propio camino cuando el rock and roll comenzó a desplazar los públicos y a reorientar el negocio de las compañías discográficas, provocando la desesperación de muchos músicos de jazz. Ajeno a cualquier estrategia, Coltrane exploró la música modal, sonidos africanos y orientales, y entregó una suite de sugerencias místicas que consagró su propio culto, A Love Supreme (1964).

Entonces ya había perdido gran parte de su público y una polémica estaba instalada. Había dejado atrás el swing, el bop, el funk, nadie sabía adónde se dirigía con sonidos cada vez más raros y estridentes, no sólo alejados de la intención de agradar, sino también absolutamente desinteresados de otra cosa que no fuera el horizonte del sonido, mientras el free jazz abandonaba los viejos modelos en lo que parecía una dispersión terminal. ¿Pero adónde iba el genio? Unos decían que buscaba la santidad, que su música abría nuevos estados de la conciencia, otros cargaban su música de contenidos que reivindicaban las luchas civiles contra el racismo, la pureza de la negritud, el rechazo a los consumos comerciales.

Coltrane vivía con su segunda mujer en Long Island, vestía el traje sobrio de siempre, con los pantalones antiguos y demasiado altos, el cabello afro rapado a los lados, y se mantenía ajeno a cualquier moda o disfraz, pero ahora recitaba algunos poemas en el escenario, o fragmentos del Bhagavad Gita, y se golpeaba el pecho, como los fieles en las iglesias. De todo lo que le endilgaron, frente a las alabanzas y a las acusaciones, teorías y argumentos, nunca dijo nada memorable. Es relevante, sin embargo, lo que le confesó a Rashied Ali poco antes de morir: "no puedo encontrar nada nuevo que tocar con el saxo".

Desde 1971 hay una iglesia en San Francisco, fundada por el obispo Franzo King, que lleva su nombre: Church of St. John Coltrane. Hornean pan con su imagen y durante los servicios, King toca temas de Coltrane en su saxofón.

En las universidades, desde hace varias generaciones, los nuevos jazzistas se forman con las transcripciones de los solos de Coltrane y son muchas las bandas de rock que reconocen su poderosa influencia. Lo paradójico es que Coltrane nunca se propuso liderar nada, estaba demasiado ocupado en cómo tocar tres acordes en uno, en la manera de resolver la música como Einstein la física (le confesó esa preocupación a Charles Mingus), y en definitiva, tal vez sólo quería vencer una dificultad. Una vez le dijo a Miles Davis que no se le ocurría qué hacer para interrumpir un solo. Davis le contestó: ¿Y por qué no pruebas sacarte el saxo de la boca?

UN GÉNERO ABIERTO. El libro de Ben Ratliff es complejo y en varias ocasiones pueden fatigar las referencias teóricas, especialmente para el lector no iniciado en las categorías musicales. Pero tiene la virtud de retratar junto a la evolución de Coltrane los cambios en la escena del jazz de las últimas décadas, de mantener una sobria distancia con las muchas locuras y prejuicios tejidos en torno a su trayectoria, y de analizar de un modo meticuloso los pasos seguidos por su música.

Aunque no lo dice explícitamente, su libro es un buen registro de la curiosa proyección del jazz a una experiencia de la libertad y el encierro de los sonidos. Un género abierto, con su legendario impulso, sus héroes y sus tortuosas derrotas.

COLTRANE. HISTORIA DE UN SONIDO, de Ben Ratliff, Global Rhythm Press, 2010. Barcelona, 303 págs. Distribuye Océano.

1 comentario:

  1. Estoy leyendo el libro y me está pareciendo fantástico. Ya comentaré cuando lo termine.

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