Cortos de 1911.

sábado, 5 de febrero de 2011

Mubarak, tutankamon y el fin de las dinastias absolutas.


Recuerdo de diciembre de 1978 un artículo del periodista soviético Guenady Guerasimov sobre el centenario de Stalin, lo leí de un tirón en una trinchera angolana. Guerasimov reflexionaba: “cuando la Gran guerra patria (1941-1945) los combatientes se lanzaban hacia las ametralladoras y tanques alemanes con un grito: ¡Por la patria, por Stalin, adelante!. Este redactor de Pravda (periódico creado por Trostki y que significa Verdad) decía: “no habían cámaras ni micrófonos, tampoco grabadoras, la televisión al menos en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) no existía por lo tanto la apelación era auténtica, nada ni nadie podía registrarla”.

El centenario de Stalin en medio del gobierno de un estalinista tan marcado como Leonid Breznieh, pasó sin pena ni gloria para el pueblo soviético. Siempre salieron a la calle una minoría de nostálgicos, los agradecidos y los convencidos de que aquella etapa fue cruel pero necesaria. Guerasimov arguyó que un proyecto bien intencionado pero con gran costo humano y moral, lo que deja en las gentes es la indeleble huella de la represión, la falta de libertad y la muerte. El saldo obligado de la experiencia estalinista fue el dolor. Con la Revolución de Octubre liderada por Lenin, Occidente se movilizó y un político inteligente como Winston Churchill clamó: “Hay que matar a ese niño en la cuna”.

La rebelión obrera, presagiada por Marx, era un hecho en la sexta parte del planeta. Bajo Stalin la URSS se convirtió en una potencia mundial, militar, industrial, científica y económica. Occidente a regañadientes se vió obligado a permitir los sindicatos, los partidos políticos de izquierda, y también debió introducir medidas de asistencia social ante la realidad soviética de pleno empleo y educación y acceso a la atención de salud gratuitos.

De cierta manera, hay que agradecer a la URSS las dificultades del capitalismo europeo y estadounidense de hoy, por la competencia de las economías emergentes, más cargadas de dinero, y con menor gasto social, frente a la vida por encima de sus ganancias, de sus rivales del Viejo continente y Estados Unidos elaborada con el fin de parar a los comunistas antes y durante la Guerra Fría.

Pero ahora llega el factor Hosni Mubarak (30 años en el poder), impulsado por la huida del expresidente tunecino Zine El Abidene Ben Ali (24 años en el poder) y el mandatario de Yemén Ali Abdala Saleh, que han convertido esa zona que era antes un lago judeo-estadounidense en una explosiva región si se produce el efecto dominó que muchos aventuran por el cansancio del pueblo ante esas monarquías absolutas que han convertido el robo y la represión en sus deportes nacionales.

La crisis Mubarak-El Abidene Saleh pone sobre el tapete que el mundo musulmán es diferente al de los tiempos de Tutankamon, el imperio otomano, Farouk, El Sha de Irán, Saddam Hussein y otros representantes del modo de producción asiático, descrito por Marx y Engels en La ideología alemana. Ali Abdala Saleh llegó a prometer dos cosas que sólo puede prometer estos hombres increíbles que no rinden cuentas a nadie, expresan sus órdenes mediante deseos y durante mucho tiempo han logrado mejores y nutridas corales a su alrededor que el Red Army Choir. El Saleh prometió dos cosas: no aspirará a la reelección y no nombrara sucesor a su hijo. Con una reflexión basta.

La presencia de Estados Unidos desde la primera guerra de Irak con su prepotencia y marcadas diferencias culturales le suma fuego a la irritación tan unánime. Y no se trata de que en esos países no existan industria, petróleo o turismo, sino algo más importante, en las mentes de su líderes permanece el “modo asiático de producción” que no distingue al individuo ni sus derechos elementales, sino al “hombre-masa”, que le hace la corte, lo adula y hasta le agradece a cambio de decenios en el poder absoluto y siempre insuficiente.

Un periodista español acaba de hacer una apelación a los valores éticos europeos como antídoto para paliar la crisis. Naturalmente los valores éticos europeos también están en bancarrota, después de las guerras de Yugoslavia, Irak, Afganistán, el Medio Oriente, los vuelos y cárceles clandestinas, la corrupción imperante y la “triple moral”.

Europa por sus complejos de inferioridad con Estados Unidos se ha negado así misma y se ha inferido mucho autodaño. Estas deliberadas y conscientes meteduras de pata han conducido a que el reservorio actual de los valores éticos europeos sean sus pueblos y diputados como Gianni Váttimo, el museo del Louvre, el cementerio Pere Lachaise, las bibliotecas, la Galería Uffizi o el Museo del Prado. Es decir, la cultura. Una última apelación a los gobernantes que estén tentados por la imitación de los mandarines, reyes, faraones o de los caudillos por la gracia de Dios al estilo de Franco, de quien siempre recordaré con satisfacción genuina de descendiente de mambí, su disgusto de que echaran a pique a las escuadras de Cervera y Montojo en Cuba y Filipinas, símbolos del imperio colonial español en América. Aclaración: contra el noble y hospitalario pueblo español nada, contra el noble norteamericano tampoco. Contra el capitalismo y el imperialismo todo

A los aspirantes les recomiendo: Respeten a sus pueblos y respétense ustedes mismos, ante sus hijos, su familia y amigos que los aprecian. No se desliguen de los deberes del hombre común porque pierden contacto con las masas, no existen las misiones automesiánicas y los mejores ejemplos de todo esto que digo son casualmente dos abogados: el cubano Carlos Manuel de Céspedes y el sudafricano Nelson Mandela. El primero (que lanzó el grito de independencia, dio la libertad a sus esclavos y quemó su hacienda), no aceptó el chantaje de los colonialistas de salvarle la vida a su hijo a cambio de que dejara la lucha y posteriormente acató las decisiones de la institución que creó como primer presidente de la república en armas, y se retiró a la Sierra Maestra a alfabetizar campesinos. Por ello se le considera el más grande de los cubanos. Mandela, todo coraje e inteligencia, no aceptó .lograr la libertad a cambio de renunciar a la lucha, y con la ayuda de su pueblo, del mundo y 300 mil combatientes cubanos que durante 13 años permanecieron cada uno por más de 24 meses en Angola, vió su patria libre del apartheid.

Y cuando el prejuicio racial creyó que el noble líder se encaminaba a destituir blancos, aseveró a los especialistas del viejo régimen, que eran del viejo régimen pero no dejaban de ser especialistas: “Se pueden ir y se pueden quedar, pero sepan una cosa. Los necesitamos”.

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