Hace cinco días se cumplieron 57 años de su muerte. Recordémoslo en el centenario de la Revolución. La fuerza de su personalidad contribuyó a delinear los perfiles de una identidad mexicana creada y recreada por obra y gracia de la cinematografía nacional (1940-50).
En él encontraron a la figura perfecta para encarnar, en una interpretación muy suya, al charro cuyos desplantes y galanura, cuya domada voz y buena estampa, habrían de sintetizar, durante décadas, la idea estereotipada de “lo mexicano”.
Nacido en Guanajuato (1911), murió 42 años después, enfermo, en un hospital de Los Ángeles, California. Hijo de esforzada familia clasemediera provinciana, pasó fugazmente por el Colegio Militar.
Más adelante descubrió su verdadera vocación al estudiar con el maestro José Pierson quien, a principios de siglo, había formado una compañía de ópera y era afamado profesor de canto. Entre sus alumnos figuraron Juan Arvizu y Pedro Vargas, José Mojica, Hugo Avendaño y Alfonso Ortiz Tirado.
Negrete empezó a cantar para la radio alrededor de 1930. Intervino como figura secundaria en algunas compañías de revistas musicales. Protagonizó casi 30 películas. Entre ellas destacan ¡Ay Jalisco no te rajes!, Cuando quiere un mexicano, Hasta que perdió Jalisco, Historia de un gran amor, El peñón de las ánimas, Dos tipos de cuidado, El rapto, Lluvia roja…
Jorge está íntimamente vinculado con el cine y las canciones de México. Sin embargo, no podemos mencionar sus éxitos fulgurantes sin traer a la memoria su amistad y asociación creativa con Manuel Esperón y con Ernesto Cortázar (“¡Ay Jalisco no te rajes!”, “Cocula”, “Esos altos de Jalisco”, “Serenata tapatía”, “Flor de azalea” “No volveré”, “Me he de comer esa tuna”, “Así se quiere en Jalisco”, “Cuando quiere un mexicano”…)
El destino de Jorge Negrete —o el de Infante— hubiera sido otro sin el respaldo luminoso del genio musical de Manuel Esperón y al margen de la raíz popular de Cortázar, autor de casi todas las letras de canciones inolvidables que hicieron célebres a esos dos cantantes y actores emblemáticos de un México inventado por escritores y filarmónicos, guionistas y directores del cine nacional…
Hay, sin embargo, otro Negrete. Hablo del combatiente sindical. De quien, entre los estudios cinematográficos, los escenarios internacionales y las compañías disqueras, concibió, al lado de otros —entre ellos se cuenta a Rodolfo Landa, Fernando Soler y Cantinflas—, la idea de conformar dos señeras agrupaciones de trabajadores del espectáculo.
Tiempo después, esas instituciones se erigirían en entidades de lucha y resistencia concebidas para defender y expandir los derechos de los sectores laborales del cine y la radio, la televisión y el teatro, la ópera, las variedades y el circo. Me refiero al Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica y a la Asociación Nacional de Actores.
Negrete es el joven abuelo —si se me permite decirlo así— de nuestra canción vernácula. Deja el recuerdo de un hombre desprendido y generoso. Su espontaneidad y carácter bronco —nunca pudo ocultar ese temperamento a pesar de su buena condición actoral— lo impulsaban a pelear en favor de los histriones y a defender y multiplicar sus legítimas conquistas económicas.
Hay instantes —vivencias de infancia— que uno recuerda de manera indeleble. Rodeados de comuneros y ejidatarios, veo a mi padre y a Negrete deambular por las viejas callejuelas y los entrañables patios textiles de la Magdalena Contreras. Hablan y ríen con mujeres, niños y hombres del pueblo. Jorge me lleva de la mano. Tengo, entonces, cuatro o cinco años de edad.
En él encontraron a la figura perfecta para encarnar, en una interpretación muy suya, al charro cuyos desplantes y galanura, cuya domada voz y buena estampa, habrían de sintetizar, durante décadas, la idea estereotipada de “lo mexicano”.
Nacido en Guanajuato (1911), murió 42 años después, enfermo, en un hospital de Los Ángeles, California. Hijo de esforzada familia clasemediera provinciana, pasó fugazmente por el Colegio Militar.
Más adelante descubrió su verdadera vocación al estudiar con el maestro José Pierson quien, a principios de siglo, había formado una compañía de ópera y era afamado profesor de canto. Entre sus alumnos figuraron Juan Arvizu y Pedro Vargas, José Mojica, Hugo Avendaño y Alfonso Ortiz Tirado.
Negrete empezó a cantar para la radio alrededor de 1930. Intervino como figura secundaria en algunas compañías de revistas musicales. Protagonizó casi 30 películas. Entre ellas destacan ¡Ay Jalisco no te rajes!, Cuando quiere un mexicano, Hasta que perdió Jalisco, Historia de un gran amor, El peñón de las ánimas, Dos tipos de cuidado, El rapto, Lluvia roja…
Jorge está íntimamente vinculado con el cine y las canciones de México. Sin embargo, no podemos mencionar sus éxitos fulgurantes sin traer a la memoria su amistad y asociación creativa con Manuel Esperón y con Ernesto Cortázar (“¡Ay Jalisco no te rajes!”, “Cocula”, “Esos altos de Jalisco”, “Serenata tapatía”, “Flor de azalea” “No volveré”, “Me he de comer esa tuna”, “Así se quiere en Jalisco”, “Cuando quiere un mexicano”…)
El destino de Jorge Negrete —o el de Infante— hubiera sido otro sin el respaldo luminoso del genio musical de Manuel Esperón y al margen de la raíz popular de Cortázar, autor de casi todas las letras de canciones inolvidables que hicieron célebres a esos dos cantantes y actores emblemáticos de un México inventado por escritores y filarmónicos, guionistas y directores del cine nacional…
Hay, sin embargo, otro Negrete. Hablo del combatiente sindical. De quien, entre los estudios cinematográficos, los escenarios internacionales y las compañías disqueras, concibió, al lado de otros —entre ellos se cuenta a Rodolfo Landa, Fernando Soler y Cantinflas—, la idea de conformar dos señeras agrupaciones de trabajadores del espectáculo.
Tiempo después, esas instituciones se erigirían en entidades de lucha y resistencia concebidas para defender y expandir los derechos de los sectores laborales del cine y la radio, la televisión y el teatro, la ópera, las variedades y el circo. Me refiero al Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica y a la Asociación Nacional de Actores.
Negrete es el joven abuelo —si se me permite decirlo así— de nuestra canción vernácula. Deja el recuerdo de un hombre desprendido y generoso. Su espontaneidad y carácter bronco —nunca pudo ocultar ese temperamento a pesar de su buena condición actoral— lo impulsaban a pelear en favor de los histriones y a defender y multiplicar sus legítimas conquistas económicas.
Hay instantes —vivencias de infancia— que uno recuerda de manera indeleble. Rodeados de comuneros y ejidatarios, veo a mi padre y a Negrete deambular por las viejas callejuelas y los entrañables patios textiles de la Magdalena Contreras. Hablan y ríen con mujeres, niños y hombres del pueblo. Jorge me lleva de la mano. Tengo, entonces, cuatro o cinco años de edad.
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