Cortos de 1911.

domingo, 26 de diciembre de 2010

El eterno contrabando navideño.


Aquella imagen vista mil veces en las películas en la que un vendedor incógnito abría un voluminoso abrigo en el café, para mostrar decenas de baratijas sujetas al forro, fue durante años una realidad en el Centro Histórico ante las estrictas leyes impuestas para el lucro en esta zona.

Antes de la llegada de las mafias de vendedores ambulantes, no era raro que la época decembrina un parroquiano con un misterioso maletín lo abordara a uno en la vía pública para ofrecer toda clase de artículos de contrabando.

Hasta lo inimaginable podían ofrecer en estas fechas estos amos del mercado negro, llamados por algunos cronistas “los peones de la venta hormiga”, mismos que lucraban mercancía de dudosa procedencia traída de contrabando o “de a Roberto”, sacada de bodegas y almacenes.

Juguetes, perfumes, relojería, adornos de porcelana y algunos eléctricos de fácil transportación, eran los artículos que provenían de una larga cadena que se iniciaban en las oscuras calles de los callejones del primer cuadro a donde llegaban anónimos camiones.

Lo que normalmente se compraba por 10 pesos en las tiendas establecidas, ellos lo movían hasta en menos de una cuarta parte de su valor.

Para conseguir la mercancía, los “peones hormiga” debían seguir la misma técnica que los chamacos cuando rompían la piñata.

En cuanto alguno de los soplones del barrio daba aviso que un camioncito llegaría por la noche a una de las calles ya conocidas, estos fulanos debían llegar desde horas antes para después abalanzarse sobre los cerros de mercancía como un escuincle por los tejocotes. Antes de que los sistemas de venta de fayuca alcanzaran la sofisticación de hoy en día, antes de eso el reparto de las ganancias era absolutamente piramidal, es decir, el mafioso mayor repartía la mercancía, los peones la movían entre los parroquianos, y si era posible en unas cuantas horas debían regresar con las ganancias esperando su comisión de acuerdo al volumen repartido.

En diciembre las calles del centro se convertían literalmente en una pequeña bolsa de valores del mercado negro, donde las bandas negociaban en cada esquina lotes de mercancía, territorios, ventas, intercambios, etcétera.

A menudo las prisas delataban a los vendedores del mercado negro, quienes daban la impresión de que el chamuco les venía pisando los talones, aunque en realidad huían de los gendarmes, quienes esperaban su mordida para volverse miopes, eso sin contar a los vendedores de bandas enemigas que los extorsionaban por invadir sus zonas.

Obviamente como estos fulanos vivían de la comisión, cada moneda que repartían les era cobrada a la hora de hacer cuentas, por eso no perdían el tiempo insistiendo con los parroquianos, y rápidamente ofrecían, descartaban y volvían a ofrecer.

En ocasiones las ofertas eran tan atractivas que en un solo esquinazo estos peones del mercado negro agotaban su parte. Desde utensilios de decoración, hasta una docena de lápices que costaban lo mismo que uno en la papelería o esferas navideñas de fantasía a precios irrisorios, se esfumaban más rápido que la decencia en una beata borracha.

En los brindis de fin de año, en los intercambios de la escuela e incluso en la llegada de Santa Clos, los regalos chuecos pasaban de mano en mano y con el tiempo se almacenaban en los armarios porque lo cierto era que no se distinguían por su calidad.

Hoy, el Metro es el último nicho de supervivencia para los “hormigas” al estilo de antaño. No obstante ahora la mercancía se reduce casi exclusivamente al mercado pirata y algunas chácharas chinas… cómprelas y regáleselas a sus enemigos. Nada como unas tijeras que se desarman, una práctica agenda “guchi” de fotocopias, unos llaveros de fantasía con linternita que dura menos de un día o un juego de limas con polvo de vidrio molido para esos juanetes duros de pelar. Por cierto, las mismas marcas de juguetes que hace unos años fueron confiscadas con bombo y platillo por contener pintura con plomo, han retornado, según declaraciones de lectores testigos, a las ventas de las tiendas outlet que ofrecen todo a 7 pesos. A eso se le llama reciclar en medio de la desmemoria.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Los tiburones del aguinaldo.


Antaño, los comerciantes del Centro Histórico sabían que para ganar el aguinaldo del cliente en las primeras dos semanas de diciembre era necesaria la seducción a través de la vista.

Según se cuenta en un artículo, de 1943, de la desaparecida revista Presente, desde los primeros días comenzaban a aparecer en las vitrinas del primer cuadro los motivos navideños y esferitas que anticipaban la desplumada de último mes y que atraían a los parroquianos ilusos, igual que la luz violeta a las moscas bartolas.

No importaba cuál fuera su rubro, las tiendas pequeñas o grandes, los almacenes y emporios departamentales se peleaban desde la víspera de las posadas a esos capitalinos que caían en la ilusión de que eran ricos por contar con un dinerito extra y que paseaban por las calles del Centro igual que un marinero babalucas recién llegado a puerto.

Sabedores de que la embriagadora alegría del espíritu navideño era el mejor gancho para las compras incidentales o impulsivas, los comerciantes utilizaban luces, ponían guapas maniquís enseñando unas piernas “de a millón”, colgaban angelitos musicales, armaban pequeñas ciudades con trenecitos para atraer a los chamacos, instalaban monos mecánicos de santacloses, duendes, renos, y si hubieran podido, a la Divina Gracia parada de manos vestida con finos atavíos de temporada.

Desde tiempos porfirianos, las modas y artículos europeos dirigidos a esas clases pudientes que asistían a los conciertos decembrinos en la Alameda eran expuestos en suntuosos escaparates que solían levantar suspiros entre los compadres que aún calzaban huaraches y que pasaban cual “polizontes no invitados” por las aceras con negocios elegantes, mirando de reojo aquellas escenografías del México que se encontraba tan cerca de su vista y tan lejano de su realidad.

Con la llegada de las grandes tiendas y sus ejércitos de decoradores profesionales, los dueños de muchos pequeños comercios se dieron cuenta que ya no era conveniente dejar el delicado encargo de adornar la vitrina a la escasa creatividad de sus dependientas y comenzaron a contratar gente que sabía de esos menesteres.

Del algodón y el papel de china, muchos escaparates pasaron rápidamente a lujosos materiales dignos de una escenografía teatral; incluso, como nos asegura el amable lector Eduardo Cohen, los comerciantes se valían de muchos trucos para llamar la atención, entre ellos recuerda uno muy efectivo que solía utilizar su tío-abuelo, quien solía encargar (previo acuerdo) a una guapa dependienta, de preferencia con ropa sexy, que saliera varias veces durante el día a la vitrina a acomodar algunos artículos. ¡Ah como llovían los mirones!, afirma don Eduardo, quien recuerda cómo pasado el show, muchos de los fisgones se convertían en clientes potenciales.

Curiosamente no fue durante el porfiriato, sino en la década de los 30, cuando la estricta moral que prevalecía entre la mayoría católica comenzaría a condenar cualquier expresión en la que se mostrara el cuerpo humano de forma escandalosa.

Aquello afectaría también a los escaparates, particularmente a esos que exhibían cada temporada lo último en modas femeninas traídas del extranjero. Debido a que en los constantes cambios de ropa, las seductoras muñecas de yeso dejaban al descubierto su generosa anatomía, la autoridad determinó que dichos cambios debían hacerse en horas no muy concurridas, es decir antes de que cantara el gallo o a las horas en que maullaban los gatos.

En todo caso, si por descuido o rebeldía algún dueño de negocio dejaba a una maniquí desnuda en su escaparate por un largo rato, no tardaba en llegar el polizonte santurrón a pedirle con cachiporra en mano que lo cubriera con una sábana. De hecho el maestro Álvarez Bravo, en sus conocidas series fotográficas sobre escaparates, inmortalizó a algunas descaradas monigotas que tuvieron que ser aplacadas con un improvisado vestido de percal para que no exhibieran sus encantos.

La lectora Raquel Moreuil recuerda que cuando recién llegó a México proveniente de Francia con sus padres en la década de los 50, uno de sus placeres como extranjeros era recorrer los escaparates del Centro. Un día, recuerda la señora Raquel, a su madre le gustó tanto la estrella de Belén de una vitrina que su padre negoció con el dueño para obtenerla, y hoy, a más de cinco décadas, aún la conserva como un tesoro familiar y ocupa el lugar de honor en su árbol de Navidad

Lástima que el gancho de los escaparates en el Centro ha sido transformado hoy por la música estridente, que aleja a cuatro de cada cinco posibles clientes, urge cambiar su sistema de marketing señores comerciantes.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Evocacion de Jorge Negrete.


Hace cinco días se cumplieron 57 años de su muerte. Recordémoslo en el centenario de la Revolución. La fuerza de su personalidad contribuyó a delinear los perfiles de una identidad mexicana creada y recreada por obra y gracia de la cinematografía nacional (1940-50).

En él encontraron a la figura perfecta para encarnar, en una interpretación muy suya, al charro cuyos desplantes y galanura, cuya domada voz y buena estampa, habrían de sintetizar, durante décadas, la idea estereotipada de “lo mexicano”.

Nacido en Guanajuato (1911), murió 42 años después, enfermo, en un hospital de Los Ángeles, California. Hijo de esforzada familia clasemediera provinciana, pasó fugazmente por el Colegio Militar.


Más adelante descubrió su verdadera vocación al estudiar con el maestro José Pierson quien, a principios de siglo, había formado una compañía de ópera y era afamado profesor de canto. Entre sus alumnos figuraron Juan Arvizu y Pedro Vargas, José Mojica, Hugo Avendaño y Alfonso Ortiz Tirado.


Negrete empezó a cantar para la radio alrededor de 1930. Intervino como figura secundaria en algunas compañías de revistas musicales. Protagonizó casi 30 películas. Entre ellas destacan ¡Ay Jalisco no te rajes!, Cuando quiere un mexicano, Hasta que perdió Jalisco, Historia de un gran amor, El peñón de las ánimas, Dos tipos de cuidado, El rapto, Lluvia roja…


Jorge está íntimamente vinculado con el cine y las canciones de México. Sin embargo, no podemos mencionar sus éxitos fulgurantes sin traer a la memoria su amistad y asociación creativa con Manuel Esperón y con Ernesto Cortázar (“¡Ay Jalisco no te rajes!”, “Cocula”, “Esos altos de Jalisco”, “Serenata tapatía”, “Flor de azalea” “No volveré”, “Me he de comer esa tuna”, “Así se quiere en Jalisco”, “Cuando quiere un mexicano”…)


El destino de Jorge Negrete —o el de Infante— hubiera sido otro sin el respaldo luminoso del genio musical de Manuel Esperón y al margen de la raíz popular de Cortázar, autor de casi todas las letras de canciones inolvidables que hicieron célebres a esos dos cantantes y actores emblemáticos de un México inventado por escritores y filarmónicos, guionistas y directores del cine nacional…


Hay, sin embargo, otro Negrete. Hablo del combatiente sindical. De quien, entre los estudios cinematográficos, los escenarios internacionales y las compañías disqueras, concibió, al lado de otros —entre ellos se cuenta a Rodolfo Landa, Fernando Soler y Cantinflas—, la idea de conformar dos señeras agrupaciones de trabajadores del espectáculo.


Tiempo después, esas instituciones se erigirían en entidades de lucha y resistencia concebidas para defender y expandir los derechos de los sectores laborales del cine y la radio, la televisión y el teatro, la ópera, las variedades y el circo. Me refiero al Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica y a la Asociación Nacional de Actores.


Negrete es el joven abuelo —si se me permite decirlo así— de nuestra canción vernácula. Deja el recuerdo de un hombre desprendido y generoso. Su espontaneidad y carácter bronco —nunca pudo ocultar ese temperamento a pesar de su buena condición actoral— lo impulsaban a pelear en favor de los histriones y a defender y multiplicar sus legítimas conquistas económicas.


Hay instantes —vivencias de infancia— que uno recuerda de manera indeleble. Rodeados de comuneros y ejidatarios, veo a mi padre y a Negrete deambular por las viejas callejuelas y los entrañables patios textiles de la Magdalena Contreras. Hablan y ríen con mujeres, niños y hombres del pueblo. Jorge me lleva de la mano. Tengo, entonces, cuatro o cinco años de edad.

viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Cosmeticos Cancun?


El planeta tiene fiebre, y los diagnósticos de su situación no son halagüeños. Esta alza en la temperatura es síntoma de que se han roto los delicados equilibrios del ecosistema global. Los efectos son indeseables. Ahí están en las décadas pasadas los incendios forestales de 1988-1989, la inesperada ola de calor que dejó en 2003 más de 30 mil muertes en Europa, los huracanes cada vez más potentes y el deterioro de arrecifes en los mares tropicales, la desaparición y reducción de especies, las sequías. Y ahí están, esperando entrar en escena, el derretimiento y desaparición de los glaciares, que son las principales fuentes de agua, las costas inundadas por la fundición de los cascos polares, la oscilación inexplicable y extrema de las temperaturas o las lluvias.

Estos fenómenos no son ya procesos naturales, sino un invento de los seres humanos. Y sin embargo, no se puede afirmar que "todos seamos culpables", humanidad o especie, como pregona la retórica superficial que domina los medios masivos y los discursos de los políticos. Los culpables tienen nombre y apellido, como mostró Tim Dickinson en la revista Rolling Stone (febrero de 2010) para el caso de Estados Unidos. Dickinson analizó las actividades de 17 personajes para evitar que el Congreso estadunidense cambiara su política sobre cambio climático. El contingente de estos asesinos del clima incluyó a funcionarios de Exxon; a la senadora Mary Landrieu; a Marc Morano, fundador de Climate Depot, asociación empeñada en negar el calentamiento global; a David Ratcliffe, presidente de Southern Company, segunda empresa de electricidad más contaminadora del país; a Rupert Murdoch, el magnate de los medios e impulsor del canal Fox; a representantes de la industria petrolera, carbonífera y gasífera, y al senador John McCain. Todos estos gastaron millones de dólares haciendo cabildeo y promoviendo reportajes periodísticos y estudios sesgados para influenciar las decisiones del congreso.

Y es que la causa principal del desequilibrio ecológico global son los mecanismos del ogro industrial que tienen como fin la acumulación, concentración y centralización de capital. Este hecho alcanza su mayor contundencia en el caso del campo, pues hoy las áreas rurales del mundo son escenarios donde se realiza la batalla entre la vida y la muerte… del planeta. Los agronegocios, basados en el modelo agroindustrial, calientan. La agroecología de los pequeños productores tradicionales, enfrían. Este dilema representa las dos opciones del mundo agrario: uno basado en la conversión de la naturaleza en un piso de fábrica para la producción especializada en medianas y grandes propiedades y utilizando todo el arsenal agroindustrial: fertilizantes y pesticidas químicos, maquinarias, petróleo y gas, y variedades genéticamente modificados incluyendo organismos transgénicos. El otro, buscando la relación recíproca con la naturaleza y sus procesos, tomando en cuenta las sabidurías locales y tradicionales, respetando la diversidad biológica y genética, utilizando energía solar, realizada en pequeña escala por familias, cooperativas y comunidades.

El calentamiento del planeta se debe no sólo a la producción industrial y al transporte. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, de 25 a 32 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global, provienen de áreas rurales: hasta 18 por ciento debido a la deforestación, principalmente en las regiones intertropicales, es decir, la conversión de bosques y selvas en áreas agrícolas y pecuarias, y hasta 14 por ciento por la agricultura y ganadería, pues ciertos cultivos y las reses generan o eructan metano, gas más dañino que el bióxido de carbono. El modelo agroindustrial contribuye de manera cuádruple al calentamiento global, porque es la principal causa de deforestación al extender los extensos monocultivos agrícolas y de pastos; aumenta la cabaña ganadera a niveles excesivos: hacia 2001 se reportaban más de mil 500 millones de reses en el mundo; utiliza petróleo y gas como fuentes casi únicas de sus prácticas, y al inducir la especialización de enormes regiones agrarias, estimula el transporte de alimentos desde largas distancias aumentando la quema de combustibles fósiles. En contraste, la práctica de la agroecología, como la agricultura orgánica y sustentable, la ganadería holística y el manejo ecológicamente certificado de bosques y selvas, fundadas en la agrodiversidad y en la búsqueda de localidades y regiones autosuficientes, que producen casi todos sus alimentos y evitan el uso de energía en su transporte, contribuyen a aminorar el calentamiento global.

La reunión de Cancún está condenada a convertirse en un escaparate gigantesco de cosmetología, si no se reconocen fenómenos como el aquí descrito y si no existen compromisos concretos de gobiernos y empresas para modificarlo. Mientras el Presidente pinta su discurso de verde, su política agroalimentaria, como la de otros gobiernos neoliberales, está en favor de los grandes propietarios agrícolas, ganaderos y forestales, de las empresas monopólicas y los consorcios alimentarios, es decir, del sector que produce alimentos emitiendo los máximos niveles de carbono. Tan sólo la renuncia oficial a la soberanía y autosuficiencia alimentarias provoca la importación de 45 por ciento de alimentos de Estados Unidos, con alto costo en transporte y energía. Esta debilidad por los agronegocios se complementa con la falta de apoyo a la agricultura orgánica, a la forestería comunitaria, a los proyectos de sustentabilidad rural (en el país existen 2 mil), a los sistemas agroforestales de café, en fin, a las formas que menos contribuyen al calentamiento global del planeta.

Hoy, cada figura gubernamental adorna su discurso e imagen de diferente manera para ocultar su falta de compromiso. El mexicano se ha hecho fotografiar inaugurando una planta de biocombustible y debajo de una enorme turbina eólica. Otros harán actos similares o diferentes de simulación. Cancún se convertirá en una fábrica universal de cosméticos que la humanidad mirará con enojo, angustia y mucha preocupación. ¿Cosméticos Cancún?.