Cortos de 1911.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Y hablando de Revolucionarios.


La ciudad de México, además de ser uno de los escenarios más emblemáticos del movimiento armado que celebramos el día de ayer, también ha acogido en sus calles a numerosos revolucionarios que han planeado sus estrategias en nuestros cafés, han dormido en nuestros hoteles e incluso ha pasado algunas temporadas a la sombra en los centros de detención que antaño mantenía el gobierno en diversas colonias.

La estación o cárcel migratoria que durante muchos años operó en la calle de Miguel Schultz, en el corazón de la colonia San Rafael, es para muchos uno de esos extraños sitios que el tiempo olvidó, o bien, que las instancias públicas se encargaron de enterrar en el sótano de los recuerdos.

Aunque nunca ocurrieron tragedias o escándalos en ese lugar, muchos expertos consideran que en este sitio iban a parar, además de extranjeros con actividades políticas poco claras, los personajes incómodos para el Estado, a quienes se les daba un trato especial, que a veces hasta rayaba en la cordialidad.

Ubicada en lo que hoy es la escuela primaria Luz Oliveros, la cárcel se hizo célebre por haber alojado a mediados de los años 50 a dos pájaros de cuenta que andaban causando borlotes y repartiendo propaganda en toda Latinoamérica, dirigida a lograr una posible revolución en la cercana isla de Cuba.

¿Quiénes eran? El más joven, un menudo joven con problemas de asma que respondía al nombre de Ernesto Guevara, años más tarde conocido como El Che; y el segundo, un fornido militante de las ideas marxistas, cuyo nombre y foto ya formaban parte de los expedientes de seguimiento de la Agencia Central de Inteligencia Norteamericana, llamado Fidel Castro. Durante 57 días, ambos personajes vivieron de manera forzada en la colonia San Rafael, conviviendo con los guardias y otros internos, además de ultimar los detalles del plan para lanzar un ataque sorpresa en la isla, mismo al que semanas antes habían dado forma, durante un desayuno en el conocido Café La Habana, de avenida Bucareli (se dice que ambos se sentaron en una mesa junto al ventanal y que pidieron varias tazas de café con leche, atmósfera que este columnista ha querido recrear en el mismo lugar mientras escribe estas líneas).

Sobre la estación de Miguel Schultz sólo quedan algunos recuerdos dispersos.

Se dice que contaba con tres áreas de dormitorios con por lo menos media docena de literas en cada una, así como un comedor improvisado, cuarto de recreo para los guardias, oficina y algunos espacios misteriosos para interrogatorios.

Después de medio día, se permitía a los internos recorrer el patio y hasta acercarse a la reja para mirar la calle y a los transeúntes. No faltaba el que hiciera encargos de cigarros u otros productos a algún buen samaritano, arriesgándose a que el mismo jamás retornara.

Se dice que en ese lugar aguardaban también numerosos extranjeros que habían solicitado refugio al gobierno mexicano o habían participado de actos políticos poco apreciados por el régimen y que esperaban pacientemente un veredicto.

Curiosamente El Che Guevara hizo famosa a la calle donde estaba ubicada la cárcel en una de las muchas cartas dirigidas a sus padres.

En la escrita el 6 de julio de 1956 puede leerse:

Queridos viejos: Recibí tu carta (papá) aquí en mi nueva y delicada mansión de Miguel Schultz. Para que tengas una idea historiaré el caso. Hace un tiempo, un joven líder cubano me invitó a ingresar a su movimiento de liberación armada de su tierra, y yo, por supuesto, acepté.

Dedicado a la ocupación de preparar físicamente a la muchachada que algún día debe poner los pies en Cuba, pasé los últimos meses manteniéndolos con la mentira de mi cargo de profesor. El 21 de junio, cayó preso Fidel con un grupo de compañeros y en la casa figuraba la dirección donde estábamos nosotros, de manera que caímos todos en la redada. Yo tenía mis documentos que me acreditaban como estudiante de ruso, lo que fue suficiente para que se me considerara eslabón importante en la organización.

Curiosamente, en pleno sexenio de Ruiz Cortines, el salvador de aquellos revolucionarios que estaban a punto de ser deportados, fue el mismísimo Lázaro Cárdenas, quien intercedió por los revolucionarios a quienes describió como “sólo un par de jóvenes intelectuales”. El resto es historia.

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