Cortos de 1911.

sábado, 14 de mayo de 2011

Karol Wojtila beatificado en "fast track".



Karol Wojtyla, más conocido como Juan Pablo II, es beato desde el 1º de mayo. Benedicto XVI, lo proclamó en tiempo récord. La Iglesia católica quiere con estos gestos recuperar credibilidad y fieles en tiempos de crisis.

El 1º de mayo no sólo fue el día que Barack Obama presenció en vivo y en directo la ordenada muerte de Bin Laden en Pakistán. También en esa jornada el papa Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, proclamó en la plaza de San Pedro la beatificación del polaco Karol Wojtyla, más conocido como Juan Pablo II. Aunque ambos sucesos no estuvieron ligados por ninguna causa visible ni racional, el presidente de Perú, Alan García, declaró que la muerte del terrorista saudita era el primer milagro de Juan Pablo II.


Aunque desafortunada, esa declaración puede servir como un índice acerca de la completa subjetividad con que la Iglesia valora los llamados milagros. Y cómo los utiliza políticamente, como en este caso, donde necesitaba beatificar al polaco y allanar, en el menor tiempo posible, su futura canonización.


Benedicto XVI escuchó el 8 de abril de 2005, en el funeral de su antecesor, el clamor de la multitud de "santo súbito". Esa gente lo quería santo en un santiamén, valga la redundancia. Aún batiendo todos los récords y pasando por sobre los procedimientos para el particular, eso demoraría un cierto tiempo. Y los asistentes al funeral sabían lo que querían y lo querían inmediatamente.


Habría sido un escándalo. Y el papa Ratzinger, siendo el primer interesado en esa vía rápida (fast track), sabía que no podía hacerlo ipso facto. No se demoró casi nada, porque tres meses después autorizó la apertura del trámite vaticano para la beatificación. Eso y la instantaneidad fue prácticamente lo mismo. Usualmente transcurren diez o más años desde la muerte de una persona, por lo general religiosa, para que se otorgue luz verde al inicio del expediente. Fue casi un santo súbito.


Reaccionario


Pese a tanta prontitud hubo en un momento una piedrita en el camino. ¿Acaso en Roma tomaban nota de las posiciones reaccionarias del polaco, opuesto por el vértice incluso al uso del preservativo para evitar el Sida? ¿O quejas por la ayuda que brindó durante sus casi 27 años de papado a los curas y obispos pedófilos que arruinaron la vida a miles de personas en el mundo? Ni una cosa ni la otra. La pausa tuvo que ver con que dos médicos de la Iglesia no se ponían de acuerdo en el primer milagro adjudicado a Wojtyla. Uno estaba de acuerdo en que había curado en forma instantánea, completa y duradera del Mal de Parkinson a Marie Simon-Pierre, monja francesa. Otro colega dudaba. Posiblemente este galeno se habrá preguntado cómo pudo Juan Pablo II curar del Parkinson a la religiosa si él mismo padecía esa enfermedad y no pudo superarla. Como la Iglesia tiene razones que la ciencia no entiende, y viceversa, al final el dudoso dio su consentimiento y sanseacabó, la beatificación ganó velocidad y llegó a término.


En su homilía del 1º de mayo, Benedicto XVI le atribuyó al muerto un milagro mayor, como fue la caída del socialismo. Exageraba. Ese sistema cayó en una parte del mundo -en otro sigue gozando de buena salud- por errores propios y las campañas adversas de los imperios de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y la CIA, con los que Juan Pablo II tanto colaboró para la debacle de Polonia y Europa del Este. ¿Acaso esa parte del mundo ahora está mejor?


Opositor tenaz


El extenso volumen "Su Santidad", del italiano Marco Politi y el estadounidense Carl Berstein, documenta esa alianza política entre el Vaticano y las potencias capitalistas que trabajaban para el fracaso del socialismo. Hubo apoyo papal al sindicato Solidaridad del reaccionario Lech Walesa y toda una planificación política y financiera para que tal fracaso ocurriera. El libro cuenta las reuniones del Papa con el subjefe de la CIA, general Vernon Walters, como parte de esas campañas de desestabilización.


El resultado de esa victoria es que los pueblos cooptados por el capitalismo han sufrido un neoliberalismo extremo, desocupación y crisis económicas muy profundas. Wadowice, localidad natal de Wojtyla, podrá tener en estos días una ampliación de mil metros en su museo sobre el personaje. Pero Polonia hoy es una semicolonia y socio menor de la OTAN, donde Washington emplaza baterías de misiles y alerta temprana como parte de su puja con Rusia.


Por suerte para el beato y su sucesor en el trono de Pedro, los movimientos sociales, feministas, gays, progresistas y otros a nivel mundial no tuvieron arte ni parte en la beatificación anunciada el 1º de mayo.


Es que para este amplio espectro Wojtyla no lo merecía, por su oposición tenaz y brutal al matrimonio igualitario, la homosexualidad, planificación familiar, fecundación asistida, métodos de anticoncepción y los abortos, incluso los no punibles. Ni siquiera el módico forrito se salvó de sus diatribas; estaba prohibido hasta para personas de distinto sexo que padecieran la enfermedad del Sida. Eso era pecado, tanto como el divorcio, por lo que los divorciados no tenían derecho a comulgar.


Los pederastas


Tanta enemistad con la ciencia y la bondad humana se complementó con la tolerancia amplia con los miembros de la Iglesia, incluso cardenales, que eran comprobadamente pedófilos.


Wojtyla y Ratzinger fueron protectores de la pedofilia de su institución. Es un fenómeno tan amplio que a la Iglesia de EE UU le costó unos 2.000 millones de dólares en juicios de los afectados por esos abusos sexuales de sacerdotes.


El diario Boston Globe descubrió que el arzobispo de Boston, cardenal Bernard Law, había protegido a más de 80 curas pederastas durante años. El cardenal fue trasladado en 2002 a Roma como titular de la basílica de Santa María Maggiore. Cobra 12.000 dólares mensuales e integra el Consejo Vaticano de la Congregación para los Obispos. El Papa rezaba y miraba para otro lado.


¿Cómo va a ser declarado santo el que protegió al padre Marcial Maciel y a su orden, los Legionarios de Cristo?", se preguntó el sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. Esa orden tenía un presupuesto de 650 millones de dólares con parte de los cuales compraba su impunidad en Roma. Recién en 2006 se ordenó que Maciel se retirara a orar, en vez de ponerlo en manos de la justicia mexicana. En cambio Cardenal fue reprendido públicamente por el Papa en un viaje a Managua.


¿Qué dirá el Santo Padre?


Los reproches a los sacerdotes tercermundistas fueron moneda corriente y no sólo a Ernesto Cardenal, Miguel D'Escoto y Fernando Cardenal. El último debió renunciar como ministro de Educación sandinista porque el Vaticano se lo exigía. Escribió una Carta a los Amigos donde explicó: "Quien se negó rotundamente a conceder la excepción a los sacerdotes de Nicaragua para seguir trabajando en el Gobierno Revolucionario fue el Papa Juan Pablo Segundo. Me duele esta afirmación pero cristianamente no puedo callarla" (Revista Envío, enero de 1985).


A otros teóricos de la Teología de la Liberación, como al brasileño Leonardo Boff, los condenó al silencio. Con estas actitudes el Vaticano relativizó su autocrítica light respecto a Galileo Galilei, por quien hubo disculpas en 1992, por lo que hace 19 años que la Iglesia admite formalmente que la Tierra gira alrededor del sol.


Aunque no fuera tan grave como eso, el diario del Vaticano recién en 2010 retiró su condena a Los Vétales, de que había en ellos un cierto "mensaje misterioso y quizás satánico". Habían pasado 40 años de la separación de la banda de Liverpool.


Carrera meteórica


¿Por qué tanta rapidez para ciertas beatificaciones y tanta lentitud para otras tomas de posición sobre temas que tienen que ver con la Iglesia? La respuesta es política. Por eso Juan Pablo II es casi un santo súbito, en una carrera meteórica que también recorrió José María Escrivá de Balaguer, el fundador de la ultraderechista orden Opus Deis. Este vasco profranquista y antisemita ya llegó al cielo como santo. Ahora es San José de Escrivá y su retrato en un cuadro está en la nave central de la catedral de San Salvador.


En cambio, no está allí el rostro del cardenal Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 por el Ejército salvadoreño entrenado y armado por el Pentágono y las grandes patronales salvadoreñas. Han pasado 31 años y monseñor Romero, el obispo mártir, no es beato ni santo. Del argentino Enrique Angelelli tampoco hay noticias vaticanas, apenas algunas de orden judicial en La Rioja.


Esas luces verdes y rojas, para el avance de algunos y el freno de otros, obedecen a motivos estrictamente políticos, sin que haya razones de fe.


Hubo muchos crímenes de militantes populares en Latinoamérica sin que el Vaticano se inmutara. Por eso la chilena Violeta Parra cantaba "¿qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que le están degollando a su paloma?". Hablando de Chile, el ahora beato tuvo muy buenas relaciones con el dictador Augusto Pinochet. Dos potencias anticomunistas se saludaban.

jueves, 5 de mayo de 2011

"Estamos sufriendo..."



No toca a los no católicos, y menos a los no creyentes, juzgar la beatificación de Juan Pablo II en tanto hecho religioso. Los católicos sabrán si el personaje reúne los méritos que la regla exige para iniciar el camino de la santificación y, caso contrario, aducirán las pruebas del caso. Ese es su derecho intransferible. En cuanto ciudadanos del mundo, el nuestro reside en preguntarnos si las virtudes proclamadas del beatificado trascienden los límites confesionales para convertirse, digámoslo así, en valores universales, como de algún modo lo pide desde Roma Benedicto XVI, tan preocupado por asegurarse de que las reverberaciones mediáticas de su antecesor le ayuden a paliar los duros tiempos que le ha tocado encarar. Y aquí surge el debate que trasciende las razones eclesiales. No se entiende cómo, hablando de moral y virtudes, en el proceso de canonización se desvaneció la actitud de Juan Pablo II ante las conductas delictivas en las que incurrieron numerosos sacerdotes, entre ellos el mexicano Marcial Maciel, cuya cercanía al papa polaco es historia sabida. Pero así están las cosas. La Iglesia católica se aferra a sus viejos códigos conservadores y opta, como dice Claudio Magris, por "un espectacularismo que llene de vez en cuando las plazas", aunque "deja cada día más vacías las iglesias".

No escribo, empero, para polemizar sobre la beatificación en sí, que, repito, es un acto religioso respetable, cuyo significado habrá de ser interpretado por los propios católicos, si bien se puede hablar del hecho también como un fenómeno "terrenal", propio de la lucha por el predominio ideológico a escala universal, es decir, como la defensa de una concepción del mundo que intenta sobrevivir sin que la institución que la encarna parezca dispuesta a una verdadera renovación. Pero ese es un asunto que merece más que estas divagaciones, cuyo propósito es el de señalar la profunda contradicción en la que incurrió el Presidente de la República al presentarse a la beatificación en su calidad de jefe de Estado. Que Felipe Calderón acepte en sus términos el proceso para santificar a Karol Woyjtila es una cuestión que concierne a su propia conciencia, a sus creencias religiosas que nadie cuestiona, pero que convalide su propia catolicidad haciéndola extensiva a la representación de todos los mexicanos es, sin duda, un grave exceso.

Para justificar el súbito viaje a Roma, el gobierno elaboró un comunicado que podría servir como ejemplo del grado de simulación al que se ha llegado en la interpretación de las leyes que rigen al Estado laico cuyo abandono por los presidentes panistas debería ser un escándalo nacional. Dice la Presidencia que la visita "respondió a la invitación oficial del Estado Vaticano y es expresión de los vínculos diplomáticos existentes entre ambos estados", y a continuación alega que allí estuvo junto con "altos funcionarios y representantes de más de 80 países", pero en ninguna parte de la explicación se reconoce que la beatificación es puramente un acto religioso. Por cierto, el comunicado elude señalar que entre los representantes "de más de 80 países" sólo 16 eran jefes de Estado o de gobierno, y entre ellos estaban los presidentes de Zimbabwe, Robert Mugabe, y de Albania, Bamir Topi. De América Latina, además de Calderón, hizo el viaje su homólogo hondureño, Porfirio Lobo, nadie más.

Como es natural, la agenda de trabajo se limitó a observar la ceremonia y a un breve saludo al Papa. El resto del escaso tiempo presidencial se distribuyó entre entrevistas a la televisión y el encuentro con Giovanni Sartori, viejo conocedor de la arquitectura política mexicana. La imprecisión deliberada del comunicado oficial, así como la tozudez para hacerse presente en el acto emblemático de la elevación de Juan Pablo II, abrieron la puerta a la interrogante que los analistas han tratado de responder desde entonces. ¿A qué fue el Presidente a Roma? ¿Qué objetivos se planteaba, más allá de probar su devoción hacia el fallecido pontífice cuyo carisma conmovió a México?

La primera respuesta tiene que ver directamente con la solicitud que el presidente Calderón le hizo al Papa ya en la sacristía de San Pedro, recogida por la televisión vaticana. Se trata de un fugaz diálogo en el que sobresale el tono dramático de Calderón en el que parece un desesperado llamado de auxilio, impropio entre jefes de Estado, pero normal en una relación paterno-filial. Calderón dijo: “Santo padre, gracias por su invitación, gracias a usted y a la Iglesia. Le traigo una invitación del pueblo mexicano (…) Estamos sufriendo por la violencia. Ellos lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo. Lo estaremos esperando”.

Es una lástima que ese "estamos sufriendo" no aparezca cuando se trata de los informes triunfalistas acerca de la guerra contra el crimen organizado, donde la ciudadanía resulta reprendida por desconfiar de un curso de acción que deja sólo un rastro de muerte y desesperación.

Una vez más, la jerarquía gobernante, estrechamente vinculada por tradiciones y nexos materiales e inmateriales a la jerarquía católica, pide que ésta le ayude a sacar las castañas del fuego, sin precisar a cambio de qué. No es casual que especialistas como Bernardo Barranco vean en el viaje a Roma el comienzo de la estrategia panista para ganarse de nuevo la confianza de los altos prelados mexicanos, que ya se han embarcado en la gran coalición que ha propuesto sentar al gobernador Peña Nieto en la silla presidencial, toda vez que el panismo no ha dado los resultados que ellos esperaban, y a los que apostaron con fuerza en 2000 y 2006. Por lo pronto, el Estado laico ha sufrido un nuevo atropello.

PD. Hoy parte de Cuernavaca la marcha por la paz y la justicia que deberá culminar el domingo 8 en el Zócalo capitalino. Se trata de una causa justa, legítima, nacional, capaz de trascender las diferencias y asentar el esfuerzo unitario a favor de la vida y la dignidad de las personas, para revertir el grado de violencia y descomposición social que ya se registra en buena parte del país. Así, la indignación ciudadana vence al miedo para convertirse en un grito colectivo, en la protesta moral que servirá en la medida que permanezca y sea capaz de crear un marco de exigencia a la autoridad.